8. Una flecha con nombre de niña

Niños y niñas, hombres y mujeres, todos podemos hacer y aprender las mismas cosas.

–¿Habéis visto qué cuerpo más raro?

–Sí, ¡y qué patas más largas!

–Pues a mí me gusta su pelo...

–Yo nunca había visto ninguna igual.

–¿Queréis decir que es como nosotras?

–A mí me han contado que podemos ser de muchas formas y colores... quizás ella viene de muy lejos y allí todas son así...

–¡Chicas, no gritéis tanto, que vais a despertarla!

Tumbada sobre el pétalo de una flor y aún medio dormida, la pequeña hada Celeste oye el cuchicheo de alguien hablando en voz baja. Cuando por fin consigue abrir los ojos descubre un montón de mariposas que la miran con curiosidad revoloteando por encima suyo.

–¡Eres una mariposa muy rara! –le dice una de ellas con las alas de color azul.

–Uy, no, yo no soy una mariposa –le dice Celeste–. Soy un hada y estoy buscando mi varita. ¿La habéis visto por aquí?

–Uf, aquí es muy difícil encontrar nada –le responde otra con las alas negras y amarillas– hay tantos árboles y plantas que apenas se ve el suelo. Al otro lado del río hay un poblado de humanos. A lo mejor ellos pueden ayudarte. 

–Pues ahora me acercaré –dice Celeste– pero creo que antes voy a darme un baño. ¡Hace muchísimo calor! 

Y despidiéndose de las mariposas, la pequeña hada se va volando a darse a darse un chapuzón. 

En la orilla del río empieza a quitarse el vestido, pero de pronto una flecha pasa volando por encima de su cabeza y se clava en un tronco que arrastra  la corriente. Con el susto, la pobre Celeste se cae de culo al agua con la ropa a medio quitar.

–¡Que alguien me ayude! –grita intentando levantarse.

Con el único brazo que tiene fuera del vestido intenta apartárselo de la cara, pero como está mojado se le pega por todas partes y no hay manera. De golpe nota que alguien se lo estira hacia arriba y consigue sacar la cabeza de debajo de la ropa. 

–¿Qué ha pasado? –pregunta.– ¿Quién eres tú? ¡Vaya susto me has dado! 

–Lo siento –le contesta una niña con la piel muy morena y el pelo largo y liso–. Estaba practicando con mi arco y quería ver si daba en un tronco mientras se movía. 

–¡Pues ya lo creo que le has dado! –le dice Celeste–. ¿Sabes que disparas muy bien? ¿Quién te ha enseñado?

–He aprendido yo sola –responde la niña–. Nadie quería enseñarme.

–¿Por qué no? –le pregunta Celeste con cara extrañada.

–Porque dicen que esto es sólo cosa de hombres y que las niñas tenemos que aprender a cocinar, hacer collares, recoger frutas y cuidar de los más pequeños.

–¿Y los hombres no hace falta que aprendan a cocinar? –le pregunta Celeste sin entenderlo.

–No, ellos van a cazar y las mujeres cocinan –responde la niña–. Siempre se ha hecho así.

–Pues yo creo que sería bueno que los hombres también cocinaran y las mujeres también fueran de caza, así todos podrían ayudarse cuando hiciera falta –dice la pequeña hada.

–Sí, yo también lo creo. El año pasado se pusieron enfermos muchos hombres y nos pasamos una semana comiendo sólo fruta, porque no podían salir a cazar... ¡Uy! Se me ha hecho tarde y tengo que irme. Por favor, no le digas a nadie que me has visto disparar la flecha. Si me descubren me quitarán el arco y no me dejarán salir sola nunca más -le pide la niña.

–No te preocupes, no lo haré –la tranquiliza Celeste.

Y, levantándose del agua, se despide de la niña, que sale corriendo hacia el bosque. 

Después de secar su ropa al sol, la pequeña hada sigue el camino hacia el poblado. Enseguida ve un hilo de humo que sube hacia el cielo.

–Debe ser allí –piensa. 

Y en un plis-plas ve un claro en el bosque con cinco o seis cabañas de barro con el tejado de paja. Antes de bajar decide sentarse en la rama de un árbol para observarlo. 

Un grupo de mujeres están sentadas alrededor de una pequeña hoguera. Mientras unas pelan panochas de maíz, otras preparan la comida o hacen collares con trocitos de corteza, piedrecitas y semillas. Parecen muy contentas. Una está cantando, y de vez en cuando las demás se le unen, como si le respondieran.

Un bebé empieza a llorar, y su madre, una chica muy joven, se lo acerca al pecho y le da de mamar. Al lado, cinco niños pequeños están jugando a tirar piedrecitas en un bol de barro. 

–¡Caramba! –piensa la pequeña hada–. ¡No hay ni un hombre! Deben haber salido todos a cazar.

De pronto, en medio de aquella paz, se oye un grito muy fuerte. Las mujeres se levantan de prisa y empiezan a correr en la dirección de la ha venido el grito. La pequeña hada Celeste arranca a volar detrás de ellas.

No muy lejos descubren qué ha pasado. Uno de los niños más mayores, que estaba jugando con sus amigos al escondite, ha metido el pie en una trampa para cazar animales y se ha quedado colgado de la rama de un árbol cabeza abajo como un murciélago.

Los demás niños saltan para intentar cogerlo por un brazo y bajarlo, pero no llegan. Las mujeres también lo intentan, pero no son muy altas y no lo consiguen. El niño grita sin parar, asustado, y las mujeres empiezan a ponerse muy nerviosas porque no ven la forma de bajarlo.

–¡Ahora sí que haría falta que alguno de los hombres estuviera aquí! –piensa Celeste–. ¡Estas mujeres no saben hacer otra cosa que cocinar y hacer collares! ¡Necesitan ayuda! ¿Qué puedo hacer?

De pronto oye la voz de Luci:

–¡Ve a buscar a la niña de las flechas, seguro que ella sí que podrá ayudarles!

–¡Es verdad! –exclama ella y sale volando disparada a ver si la encuentra.

Enseguida la ve, a punto de esconder el arco y las flechas en una pequeña cueva cerca del poblado.

–¡Qué suerte que te encuentro! ¡Corre, ven, te necesitan! -grita Celeste.

Mientras se ponen en camino, Celeste le cuenta lo que ha ocurrido.

–¡Pero no puedo hacerlo! –le dice la niña–. ¡Si me descubren no me dejarán practicar más!

–¡Olvídate de eso ahora! Lo importante es que alguien te necesita. ¡Si esperamos a que vuelvan los hombres ese niño puede morir! –exclama la pequeña hada.

La niña decide hacerle caso. Cuando por fin ve al niño colgado del árbol, coge una flecha, la coloca en el arco y apunta a la cuerda.

De pronto todo el mundo se calla y se la quedan  mirando con sorpresa. Antes de que nadie pueda decir nada, la niña dispara la flecha, que va directa a la cuerda y la corta.

Por suerte, el niño cae encima de unas plantas que le hacen de cojín y no se hace daño. Las mujeres y los niños empiezan a aplaudir y a gritar de alegría.

Entonces la niña aprovecha que nadie la mira y se va corriendo. Celeste la sigue, y cuando por fin la niña se para, la pequeña hada ve que está llorando.

–¡Cuando vuelva al poblado me castigarán! ¡Me quitarán el arco y las flechas y no podré practicar nunca más!

–Quizás sí y quizás no –le dice Celeste–. Esto no lo sabrás hasta que vuelvas. Si quieres puedo acompañarte para intentar convencer a la gente de que no has hecho nada malo.

La niña hace que sí con la cabeza y las dos van hacia el poblado. Cuando llegan, los hombres ya han vuelto de cazar y todo el mundo está reunido delante de la puerta de la choza del jefe de la tribu.

Cuando aparecen Celeste y la niña todos se las quedan mirando en silencio. El jefe le hace un gesto a la niña con la mano para que se acerque y todos se aparten para dejarla pasar.

Cuando llega ante él, la niña baja la cabeza esperando que la riña, pero en cambio, el jefe se agacha y le da un abrazo. El niño al que ha salvado es su hijo.

De pronto todos empiezan a aplaudir y a reír de alegría. Al cabo de un rato el jefe los hace callar y dice en voz alta:

–Esta niña ha desobedecido las normas de nuestra tribu y se merecería un castigo para aprender la lección, pero gracias a ella mi hijo está vivo. Ella se ha arriesgado a recibir un castigo por ayudarle, y eso demuestra su gran corazón. Quizás somos los demás quienes tenemos que aprender algo. A partir de ahora, niños y niñas, hombres y mujeres, podéis elegir hacer lo que más os guste, porque así siempre nos podremos ayudar los unos a los otros.

Y así, la pequeña hada Celeste ve que gracias a la vocecita ha encontrado la manera de ayudar a la niña y al resto de la tribu. Ni siquiera se ha acordado de su varita. Después de despedirse levanta el vuelo hacia el bosque, decidida a seguir buscándola y convencida de que algún día la encontrará.

¿Quieres saber qué pasará? 
Aunque parezca extraño, durante mucho tiempo se ha creído que las mujeres no podían hacer las mismas cosas que los hombres y se las ha tratado como si fueran inferiores. Afortunadamente poco a poco esto ha ido cambiando, pero aún así todavía hay muchas personas que lo siguen pensando, sobre todo en algunas culturas. Sí que es cierto que por mucho que queramos ser iguales, hombres y mujeres somos diferentes en muchas cosas, pero eso no quiere decir que si queremos no podamos hacer o aprender lo mismo.

Tanto si eres un niño como una niña, respeta siempre a las personas del otro sexo y piensa que tanto los unos como los otros tenemos un montón de capacidades y podemos desarrollar las que queramos. Y sea como sea, siempre nos podemos ayudar unos a otros sin pensar que somos mejores ni peores.

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