5. Los ojos tristes de Iris

Para aprender a respetar el espacio y la libertad de aquellos a quienes queremos. 

Hace mucho viento. Sentada dentro del tronco de un árbol, la pequeña hada Celeste espera que deje de soplar tan fuerte para poder seguir buscando su varita. Fuera, las plantas y las ramas de los árboles se mueven de un lado para otro y parece que en cualquier momento vayan a salir volando.

–¡Si salgo ahora, el viento se me llevará! –piensa, sacando la cabeza por el agujero y metiéndola de nuevo enseguida.

Y poco a poco, oyendo el ruido del viento y las hojas que se mueven, Celeste se va quedando dormida.

Al cabo de un rato el viento deja de soplar con tanta fuerza, y Celeste, que se ha despertado, sale de su escondrijo.

–¡Uf, ya empezaban a dolerme las piernas de estar tanto rato aquí dentro! –dice estirándose y sacudiendo las alas.

Y mientras levanta el vuelo se pregunta hacia dónde ir.

¡Pero cuando empieza a volar se da cuenta de que no le hace falta mover las alas! El suave viento que aún sopla la lleva sin que tenga que hacer ningún esfuerzo, y Celeste se deja llevar como si fuera una pluma.

–¡Qué divertido! –exclama.

Y mientras sube y baja y da volteretas, el viento la va llevando más y más lejos.

De pronto, Celeste mira hacia abajo y ve a una niña montada en un caballo blanco que corre rápido por el campo.

–¡A lo mejor ha visto mi varita! –dice, y moviendo las alas para que el viento no la lleve hacia otra parte, Celeste empieza a volar detrás de ella.

Al cabo de un rato llegan a una granja, y cuando la niña baja del caballo ve a Celeste, que resoplando por haber volado tan rápido, se ha sentado en la valla.

–¿Y tú quién eres? –le pregunta con cara de sorpresa.

–¡Uf, sí que corre tu caballo!... Me llamo Celeste –le contesta– y estoy buscando mi varita. ¿La has visto por aquí?

–No, no la he visto –responde la niña–. ¿Eres un hada? –le vuelve a preguntar.

–Sí,... bueno,... no,... no lo sé... es que he perdido mi varita y ya no puedo ir a la escuela de hadas... –responde Celeste.

–Pues a mí me parece que sí lo eres, porque pareces una niña pero eres muy pequeñita, y tienes alas pero no eres un pájaro –dice entonces la niña.

–Tienes un caballo precioso –dice Celeste mientras se acerca a él revoloteando para acariciarlo.

–Es una yegua, y se llama Iris. Me la regaló mi abuelo cuando cumplí cinco años. Ahora tengo diez, y como ya soy mayor puedo salir a pasear con ella cuando quiero. Nos lo pasamos muy bien juntas. Nos queremos mucho... –le cuenta la niña.

Pero Celeste mira los ojos de Iris y se da cuenta de que está triste.

–Me parece que le pasa algo –le dice a la niña–. ¿No ves qué ojos más tristes?

La niña afirma con la cabeza.

–Hace unos días que está así, pero no sé por qué... Intento hacer todo lo que le gusta: le doy manzanas y zanahorias, me paso mucho rato cepillándola, la acaricio, juego con ella y la saco a pasear siempre que puedo, y cuando mamá me da dinero le compro caramelos duros de menta, que le encantan, pero parece que no es tan feliz como antes... No sé qué le pasa...

Mientras la pequeña hada y la niña están hablando, Iris se acerca a la puerta de la valla y se queda quieta mirando hacia el prado. Cuando Celeste la ve se acerca a ella, y con sus ojos de hada, que ven más que los de las personas, mira hacia el mismo sitio que ella. Y entonces los ve. Lejos, al otro lado del prado, una manada de caballos está comiendo hierba al lado de un riachuelo.

–¡Ya sé qué le pasa! –exclama volando hacia la niña–. Está triste porque le gustaría ir con los caballos que están allí en el prado.

La niña mira pero no los ve.

–¿Caballos? –pregunta– ¿Dónde hay caballos? Yo no los veo.

Celeste le cuenta que están demasiado lejos para que ella pueda verlos, pero que Iris los puede oler.

–Y ¿por qué quiere irse con ellos? ¿Es que no está bien aquí conmigo? ¿Es porque ya no me quiere? –pregunta la niña a punto de romper a llorar.


–Y tanto que te quiere –le dice Celeste–, pero a veces a los animales les gusta estar con quienes son como ellos. ¿Verdad que a ti también te gusta estar con tus amigos y no por eso dejas de querer a Iris?

Pero la niña no quiere escucharla. Sale corriendo, coge a Iris y la encierra en la cuadra.

–¡Tú ya me tienes a mí, que te quiero mucho, y no necesitas a nadie más! ¿Qué haría yo sin ti? ¡Te echaría de menos! –le dice con los ojos llenos de lágrimas.

Los ojos de Iris se van poniendo cada vez más tristes. Por una lado quiere irse con los caballos, pero por otro no le gusta ver llorar a su amiga, porque la quiere.

Celeste lleva rato pensando en cómo ayudarlas, pero no sabe qué hacer.

–Si la quiere tanto tendría que querer que sea feliz. ¿Qué puedo hacer para que la deje marchar? –se pregunta.

Y entonces Luci, que siempre la acompaña aunque ella no se dé cuenta, le dice:

–Ir las tres... Ir las tres... 

Cuando oye su vocecita, Celeste piensa contenta:

–¡Ya lo tengo! ¡Tenemos que acompañar a Iris a ver a los caballos!

Y con muchas ganas de que su idea salga bien le dice a la niña:

–¡A lo mejor, si vamos las tres juntas a ver a los caballos un rato, Iris se pone contenta!

Y la niña, que quiere tanto a su yegua, piensa que quizás así la hará feliz.

–¡Sí, vamos! Seguro que le gustará pasar un rato con ellos.

Y las dos suben a lomos de Iris, que cuando ve hacia dónde van empieza a correr contenta por el prado.

Tras haber pasado un rato con la manada, la niña mira los ojos de Iris y ve que ya no están tristes. Entonces se da cuenta de que la yegua a la que tanto quiere es feliz con aquellos caballos, y aunque la echará de menos decide dejar que se quede con ellos.

–¡Te quiero Iris! –le dice muy triste mientras le llena la cara de besos–. ¡No lo olvides nunca!

Y sin mirar hacia atrás, para que la yegua no la vea llorar, empieza a andar hacia la granja, con Celeste volando a su lado.

La pequeña hada se queda unos días con ella para hacerle compañía, y una mañana, al despertarse, oyen un ruido que la niña conoce muy bien.

–¡Es Iris! ¡Es Iris! –grita contenta mientras sale corriendo a fuera.


Iris ha venido a verla, pero no está sola. Todos los caballos de la manada la han acompañado hasta la granja.

–¡Ahora tienes muchos más amigos! –le dice Celeste–. ¡Seguro que vendrán a verte de vez en cuando!

Iris está feliz, y la niña también, porque la ve contenta.

Celeste sonríe viéndolas, y decide que ya es hora de irse. Aún le queda mucho camino por recorrer si quiere encontrar su varita. Ella no lo sabe, pero como las otras veces en que ha ayudado a alguien, está un poco más cerquita...

¿Quieres seguir el viaje con tu amiguita? 
Tenemos que respetar la libertad de las personas que  queremos, para que puedan elegir en todo momento lo que quieren hacer sin miedo a que nosotros pensemos que nos dejan de lado o incluso que dejan de querernos.

El amor es como el viento: tiene mucha fuerza, llega a todas partes y no podemos encerrarlo en ningún sitio. A veces  pensamos que si alguien a quien queremos quiere hacer algo sin nosotros es porque no nos quiere lo suficiente, pues prefiere hacer cualquier otra cosa que estar a nuestro lado todo el tiempo.

Tenemos que aprender que todo el mundo necesita su espacio y su libertad para hacer lo que quiera, y muchas veces las personas necesitamos estar solas un rato, disfrutar de alguna actividad sin compañía o encontrarnos con otra gente. Quien nos quiere lo seguirá haciendo, haga lo que haga, y tanto si está solo o sola como con otra gente. ¡E incluso nos querrá más si ve que dejamos que haga lo que quiere sin estar todo el día "pegados" a su lado!

Iris quiere mucho a la niña, pero también le gusta estar con otros caballos. Y la niña se pone triste porque cree que si se quiere ir es porque no la quiere. Luego se cuenta de que esto no ocurre y se alegra de verla feliz.

Aquellos a quienes queremos no siempre están toda la vida con nosotros, pero unos por una cosa y otros por otra, todos están por algún motivo. A veces hay personas que aparecen en nuestra vida y al cabo de un tiempo ya no les vemos más. Somos muy amigos o amigas, compartimos muchas cosas, y de pronto ya no sabemos nada de ellos, porque se van a vivir a otra parte, se cambian de teléfono y ya no podemos llamarles o a veces, lo más triste, se mueren.

¡Claro que los vamos a echar de menos, sobre todo al principio! Pero tenemos que aprender a guardar con nosotros los recuerdos de todo lo que compartimos. Seguramente mientras estábamos juntos nos enseñaron algo o aprendieron algo de nosotros, o nos ayudaron de alguna forma o nosotros a ellos... ¡o simplemente nos divertimos! Unas personas se van, pero llegan otras nuevas ¡con las que también compartiremos buenos momentos!

La niña echa de menos a Iris, y eso es normal, porque con ella lo pasaba muy bien. Ahora que no está con ella ya no pueden hacer las mismas cosas, pero a cambio, de vez en cuando puede disfrutar de estar un rato con toda la manada de caballos, y eso antes no lo tenía.

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