4. ¡Tú puedes, Lyco!

Para aprender a aceptarse a uno mismo y a confiar en las propias capacidades.

Esta noche, la pequeña hada Celeste ha soñado con su varita y se ha despertado antes que salga el sol con muchas ganas de seguir buscándola. Ya hace rato que vuela por el bosque con los ojos bien abiertos, metiendo su cuerpecito de hada en todas las madrigueras que encuentra.

Pero quiere ir tan rápido que a veces se olvida de mirar antes si hay alguien dentro.

–¡Uy, me he pinchado! –grita saliendo de la madriguera de un puercoespín.

Y después de meter el brazo en un hormiguero lo saca enseguida lleno de hormigas:

–¡Ya basta, dejad de hacerme cosquillas! –grita saltando y sacudiéndoselas con las manos...

Aunque lo peor llega cuando mete la cabeza en un enjambre lleno de abejas, que la persiguen un buen rato hasta que se tira de un salto al río...

Allí, sentada en el agua, con el pelo chorreando y la cara llena de picaduras la pequeña hada Celeste se da cuenta de que está muy, muy cansada y de que todavía no ha desayunado. Mientras se sacude el agua de las alas descubre bajo un árbol un arbusto lleno de flores azules como su vestido. Y allí, sintiendo el calor del sol que va secando su cuerpecito de hada, disfruta llenándose la boca con su dulce néctar.

Pero de pronto oye un ruido que la distrae.

–Parece alguien que llora –dice aguzando el oído.

Y, limpiándose la boca con la mano, gira la cabeza buscando de dónde vienen los llantos.

–¿Quién llora? –pregunta en voz alta.

–Soy yo, Lyco –oye que alguien responde desde lo alto del árbol.

Y Celeste sube volando hasta una de las ramas donde encuentra un pajarito en un nido.

–¿Tú eres Lyco? –le pregunta sentándose a su lado.

–Sí –dice el pajarito sin dejar de llorar.

–¿Por qué lloras? –le pregunta Celeste acariciándole.

El pajarito, secándose las lágrimas con un ala le responde:

–Todos mis hermanos se han ido volando con mis padres a buscar comida, pero yo no puedo volar.

–¿Por qué no? –pregunta Celeste.

–Pues porque mis alas son demasiado pequeñas y no tienen fuerza –dice estirándolas para enseñarlas a la pequeña hada.

–A mí me parecen lo bastante grandes para ti –dice ella–. Tú eres pequeñito y con unas alas más grandes harías reír. Mírame a mí. Mis alas también son pequeñas y me llevan a todas partes.

Lyco se la queda mirando y piensa que tiene razón, pero de golpe empieza a llorar otra vez:

–¡No puedo! ¡No puedo volar!

La pequeña hada Celeste no sabe qué decirle al pajarito. Se va poniendo triste porque no sabe cómo ayudarle. Le gustaría tener su varita para usar un poco de magia. Y de pronto oye aquella vocecita que siempre la acompaña, que le dice:

–Dale un empujón, dale un empujón...

–¿Un empujón? –piensa Celeste–. Pero, ¿y si es vedad que no puede volar y cuando le empujo se cae y se hace daño?

Y vuelve a oír la vocecita, que le dice:

–No hace falta un empujón de verdad. Ayúdale a perder el miedo. Dale la mano... 

Y entonces se le ocurre una idea:

–¡Ya sé qué vamos a hacer, Lyco! Yo volaré contigo y así verás que no pasa nada...

Y de golpe, antes que el pajarito pueda pensárselo, Celeste lo agarra de un ala y lo hace saltar con ella del árbol.

–¡Suéltame! –grita Lyco– ¡Si me coges el ala no puedo volar!

Y entonces, cuando Celeste lo suelta, Lyco se eleva moviendo rápido sus alitas.

–¡Puedo volar! –grita– ¡Puedo volar!

Pero sus alas se cansan enseguida y el pajarito cae sobre la hierba.

–¿Lo ves? –le dice a Celeste a punto de ponerse a llorar– ¡No me sale bien! ¡Ya te he dicho que no podía!

–¡Venga, vuelve a intentarlo! –dice ella- ¡Tienes que volver a probar! Ya verás como cada vez llegarás un poco más lejos. ¡Tú puedes, Lyco!

Y, dando un saltito, Lyco vuelve a elevarse. Esta vez vuela un trocito más. Poco a poco va animándose y, aunque se cae unas cuantas veces sigue probando hasta que, con Celeste detrás suyo, aprende a subir y bajar, a dar vueltas, incluso a hacer una voltereta antes de bajar a tierra.

Lyco está muy contento, y Celeste se siente feliz por haberlo ayudado. Pero de pronto, el pajarito deja de sonreir y empieza otra vez a llorar.

–¿Y ahora qué te pasa? –le pregunta Celeste sorprendida– Ya has aprendido a volar, ¿ahora por qué lloras?

–Tengo hambre –responde Lyco– y no sé cazar gusanos. Seguro que cuando los quiera atrapar se me escapan, porque mi pico es muy pequeñito...

Y llora y llora sin parar.

–¿Otra vez? –exclama Celeste– ¿Y tú qué harías con un pico más grande? Te pesaría tanto que no podrías levantar la cabeza del suelo! –le dice.

Y entonces Lyco se da cuenta de que quizás Celeste vuelve a tener razón y piensa:

–Si he podido volar con estas alitas seguro que puedo atrapar gusanos con mi pico aunque sea pequeño.

Y dando cuatro saltitos se acerca a un montón de piedras y empieza a remover la tierra con el pico. Enseguida encuentra un gusano y, antes de que se escape lo atrapa y se lo traga enterito.

–¡Lo he conseguido! –grita contento- ¡He atrapado uno yo solo! ¡He atrapado uno yo solo!

La pequeña hada Celeste lo mira sonriente. Lyco ya no tiene miedo de no poder hacer las cosas. Y ,feliz, se da cuenta de que le ha podido ayudar aunque no tuviera su varita.

–De todos modos tengo que seguir buscándola –piensa–. Un hada de verdad necesita su magia para ayudar a los demás.

Y tras despedirse de su amigo, que come gusanos sin parar, Celeste se eleva moviendo sus alitas para seguir su viaje. Aún no sabe que cada día que pasa se acerca acerca a su varita un poquito más...

¿Quieres saber qué pasará?

 
Quiérete tal y como eres. Quizás hay cosas que no puedes hacer, pero muchas otras sí. Muchas veces desearíamos ser más altos o altas, más inteligentes, con el pelo más largo, de otro color o creemos que seríamos mejores si supiéramos hacer las cosas que hacen otros... ¡Tú ya eres perfecto o perfecta como eres! ¡Piensa que en todo el mundo no hay nadie igual que tú! ¡Eres especial!

Lyco piensa que tiene las alas demasiado pequeñas para volar. Pensar en eso le pone triste, e incluso hace que ni siquiera lo intente. Si Celeste no lo hubiera ayudado, nunca habría volado...

No dejes de hacer algo sólo porque crees que no te va a salir bien. Inténtalo las veces que haga falta, y seguramente poco a poco te irá saliendo mejor. Piensa en los niños pequeños que aprenden a andar. ¿Verdad que se caen muchas veces y lo siguen intentando? ¡Todo el mundo aprende a andar! Unos tardamos más y otros menos, pero TODOS necesitamos un tiempo para aprender. ¡Lo importante es que tengamos ganas de hacerlo y no dejemos de intentarlo cuando no nos salga bien!

Lyco se cae unas cuantas veces, pero a medida que sigue probando cada vez vuela mejor. Si no lo hubiese intentado seguiría pensando que no puede volar. Sólo ha necesitado un poco de práctica.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada