7. La tierra de hielo

Para aprender a confiar en la vida y en que a menudo los obstáculos se transforman en un paso hacia adelante. 

Un copo de nieve en la nariz hace que la pequeña hada Celeste abra los ojos y mire hacia arriba. Poco a poco el aire se va llenando de bolitas blancas que van cubriendo el paisaje, y se da cuenta de que se ha quedado sola en el nido de unos pájaros que la han invitado a pasar ahí la noche.

–¿Dónde están? –pregunta en voz alta.

–Siempre hacen lo mismo –oye que alguien le contesta–. Cuando empieza el frío se van a otra parte donde haga más calor.

Celeste asoma la cabeza desde el nido, mira hacia abajo y ve a un ciervo que la está mirando con la boca llena de hierba.

–Y ¿tú por qué no te vas? –le pregunta ella.

-Yo ya estoy acostumbrado –responde él– y sé cómo encontrar hierba debajo de la nieve. ¿Tú quién eres?

Celeste da un saltito y baja volando al lado del ciervo.

–Soy Celeste –le dice sacudiéndose la nieve que le va cayendo sobre las alas– y estoy buscando mi varita. ¿La has visto por aquí?

–Pues no, no la he visto –le dice el ciervo sin dejar de comer–. Si sigues volando hacia el Norte pronto llegarás a la tierra de hielo y quizás allí tengas más suerte.

Y la pequeña hada decide hacer caso a su nuevo amigo. Le da un abrazo para despedirse y se eleva moviendo las alas con fuerza para volar entre los copos que continúan cayendo.

Pero el frío y la nieve hacen que cada vez le cueste más avanzar y al cabo de unas horas Celeste empieza a estar muy cansada. Está nevando tan fuerte que casi no ve nada, así que decide bajar y descansar un rato. Por suerte descubre un pequeño agujero entre unas rocas escondidas por la nieve y, encogida para mantener el calor, se duerme esperando que pase la tormenta.

–¡Venga, apartaos, que ahora me toca a mí! ¡Que vooooooy!

Con esos gritos, la pequeña hada Celeste se despierta de golpe.

–¿Qué pasa ahí fuera? –se pregunta saliendo de su refugio.

Ha parado de nevar y un grupo de pingüinos se lo pasa pipa tirándose al agua desde un tobogán de hielo.

–¡Uauuuu! ¡Ahora sí que he llegado lejos! –grita uno de los más pequeños.

Celeste se los queda mirando divertida y se da cuenta de que ahí al lado un grupo de niños rompen a aplaudir cada vez que uno de los animalitos cae al agua.

–Me parece que ya he llegado a la tierra de hielo que me ha dicho el ciervo –dice mirando a su alrededor.
El paisaje es todo blanco y no se ven árboles ni plantas por ninguna parte. ¡Incluso esas casas redondas que se ven detrás de los niños están hechas de hielo!

Durante un buen rato los pingüinos siguen saltando al agua mientras los niños los miran y juegan a adivinar cuál de ellos llegará más lejos. Todos parecen estar pasándoselo bien, pero al girar la cabeza la pequeña hada ve a un chico que está sentado mirando el mar. Y, sin pensárselo, decide acercarse a él. 

–¿Que no te gusta el espectáculo de los pingüinos? Tus amigos se están divirtiendo mucho –le dice, acercándose a él por detrás.

El chico, sin ni siquiera girarse, le responde:

–Sí, es muy divertido, pero ya los he visto demasiadas veces. Desde que era pequeño me he pasado las tardes viéndolos saltar. De hecho, aquí no hay demasiadas cosas para entretenerse.

–Entonces ¿por qué ellos no se cansan de mirarlos? –le pregunta ella.

–Supongo que están convencidos de que es lo único que pueden hacer –le contesta el niño–. Aquí siempre hace frío, los inviernos son muy largos y los días muy cortos, y nos pasamos meses enteros sin ver el sol. Yo ya estoy harto, por eso quiero irme.

–¿Irte? -pregunta la pequeña hada–. Y ¿a dónde quieres ir?

–Quiero ir hacia el sol, a algún lugar donde no haga siempre este frío y donde todo esté lleno de colores, no sólo el blanco de la nieve y el hielo... –le explica él con los ojos brillantes de ilusión.

–¡Pues venga! ¿A qué esperas? ¿Por qué no te vas ya? –le dice Celeste.

–Todos dicen que estoy loco, que es muy peligroso, que quizás no lo consigo... ¿Cómo voy  a hacerlo yo solo? Aquí están mi familia y mis amigos... Además ¿de qué viviría? Mis padres tienen una barca de pesca y gracias al dinero que ganan con la venta de pescado nunca nos ha faltado nada. A veces les ayudo cuando salen a pescar, y dentro de un tiempo, cuando sean demasiado mayores para trabajar, la barca será para mí y entonces tendré trabajo para toda la vida... –responde él.

–Sí, pero ¿esto te gustaría? –pregunta ella convencida de saber la respuesta.

El chico no contesta, pero Celeste ve que una lágrima le cae por la mejilla y piensa que se ha puesto triste porque se ha dado cuenta de que eso no es lo que quiere.

Como siempre que ve sufrir a alguien, la pequeña hada Celeste se preocupa y quiere intentar ayudarle, aunque todavía no sabe muy bien cómo hacerlo.

Pero ahora ya sabe dónde buscar ayuda. Cierra los ojos y llama a Luci, porque sabe que aunque no la vea ella siempre está a su lado y le aconseja qué hacer. Enseguida oye la vocecita, que le dice:

–Háblale de ti y de tu varita, y de tu deseo de ser un hada de verdad.

–¡Buena idea! –exclama Celeste en voz baja. Y, sentada a su lado, empieza a contarle:

–Mira, lo que yo deseaba era poder ir a la escuela de hadas para aprender a ser un hada de verdad, pero el primer día de clase perdí mi varita y no la encontré por ninguna parte.

"Primero pensé que ya no podría ser nunca un hada y me puse muy triste, pero entonces oí una vocecita que me dijo que la siguiera buscando y decidí hacerle caso. Si me hubiera quedado en casa pensando que ya no podría ser nunca un hada estaría tan triste que no podría disfrutar de nada, y siempre estaría pensando en que quería ser un hada y no pude serlo.

"Todavía no la he encontrado, pero en mi viaje he hecho un montón de amigos y he aprendido muchas cosas. Además, ser un hada es mi mayor deseo, es lo que me hace feliz, y por eso no pienso en los problemas que puedo encontrar en el camino, ni en si es peligroso. Estoy tan segura de que eso es lo que quiero, que no tengo miedo.

"Creo que cuando la vocecita nos dice que tenemos que hacer algo tenemos que hacerle caso. A mí siempre me ayuda, y no sé por qué, pero si tengo algún problema siempre encuentra la forma de solucionarlo.

Mientras la escucha, el chico siente que el corazón le late cada vez más fuerte, y de pronto oye una vocecita que le dice:

–¡Hazlo, no dejes que el miedo sea más fuerte que tú! Si no te atreves siempre te preguntarás cómo hubiera sido tu vida si lo hubieses hecho.

–¡Gracias Celeste! ¡Lo he decidido! ¡Mañana mismo me iré! ¡Voy a contárselo a todos!

Y, levantándose de un salto, el chico corre hacia el pueblo para darles a todos la noticia.

–¡Estás loco, no lo conseguirás! ¿No ves que eso son tonterías? ¡Aquí todos vivimos sin sol! ¿Es que tú no puedes hacer lo mismo que los demás? –le dice su padre sin entender nada.

Al día siguiente se levanta muy temprano y le da un beso a su madre, que le ha preparado una bolsa de comida para el viaje.

–Yo tampoco te entiendo –le dice ella– pero te quiero y quiero que seas feliz. Tu padre también te quiere, pero tiene miedo de que te pase algo y no sabe cómo decírtelo.

Su padre se ha ido a pescar y no puede despedirse de él. Un poco triste pero lleno de ilusión, el chico sale de casa y empieza a andar hacia el mar. Cerca de la orilla se encuentra a Celeste jugando con dos focas, que se divierten intentando atraparla mientras ella vuela de una a la otra tocándoles los bigotes y escapando enseguida para que no la atrapen.

Cuando el chico llega a su lado deja la bolsa en el suelo y se queda mirando el mar.

–Y ¿ahora qué? –le pregunta a la pequeña hada–. ¿Cómo voy a cruzar el mar?

–No te preocupes, dice ella. Seguro que encontrarás la solución. Cuando hacemos caso de la vocecita, la magia nos acompaña para que consigamos lo que deseamos.

De repente, el hielo del suelo alrededor del chico empieza a romperse, y antes que tenga tiempo de saltar hacia atrás, el trozo de hielo se desprende y empieza a flotar mar adentro.

–¿Lo ves? –grita Celeste divertida–. ¡Ya tienes barca! ¡La magia te está ayudando!

Y antes de darse cuenta, sus alas empiezan a batir con fuerza para llegar hasta el chico.

–¡Voy contigo! ¡Aquí no he encontrado la varita y tengo que buscarla en otra parte!

El chico sonríe feliz, y la pequeña hada está contenta de haberle ayudado.

Durante unos días navegan encima del trozo de hielo, pero una mañana el chico grita asustado:

–¡Mira Celeste! ¡El hielo se está derritiendo! ¡Nos estamos quedando sin barca! ¡Nos vamos a hundir!

–Tranquilo –le dice ella–. ¿No te has dado cuenta de que aquí ya no hace tanto frío? Por eso se derrite. Mira hacia allí –le dice, señalando hacia adelante–. ¡Ya empieza a haber árboles! Tú confía y verás cómo encontramos una solución.

Y al cabo de un rato, cuando ya casi sólo les queda sitio para estar de pie encima del hielo, una ola los empuja hasta la orilla, justo delante de un bosque.

–¡Qué suerte! –exclama el chico–. ¡Esto está lleno de troncos! ¡Ahora sí que podremos construir una balsa!

–¿Lo ves? –le dice Celeste sonriendo–. Cuando necesitas ayuda y confías, la ayuda siempre te llega.

Y mientras el chico empieza a atar unos troncos con raíces y tallos de plantas, la pequeña hada aprovecha para buscar alguna flor y comer un poco de néctar antes de seguir el viaje.

Con su nueva balsa continúan navegando hacia la tierra del sol. Van pasando los días y, poco a poco, el paisaje va cambiando. En lugar de bosques, ahora hay playas de arena blanca y palmeras.

–Debemos estar a punto de llegar –le dice Celeste al chico–. ¡Está haciendo cada vez más calor!

–¡Mira! –grita él de repente señalando a un lado de la balsa y después al otro.

Una manada de delfines está nadando a su lado.

–¡Qué animales más bonitos! ¡No había visto nunca ninguno! –vuelve a gritar yendo de un lado al otro sin parar.

Los troncos no paran de moverse, y antes de que Celeste tenga tiempo de avisarle, el chico tropieza, se cae y desaparece bajo el agua. Celeste mira por todas partes pero no lo ve.

–¡Estate tranquilo! –le grita sin saber si puede oírla–. ¡La magia te ayudará!

Y de pronto, en medio de miles de burbujas, ve al chico saliendo del agua cogido a la aleta de uno de los delfines que va nadando hacia la playa. El resto de la manada lo sigue empujando la balsa por detrás, y en un periquete el chico y Celeste se encuentran en la arena.

–Diría que ya hemos llegado –le dice la pequeña hada–. Me parece que los delfines quieren que te quedes aquí.

Y echando un vistazo a su alrededor, descubren que han ido a parar a un pueblo de pescadores.

–¡Pues claro que me quedo! –exclama el chico contento–. Este sitio es precioso.

Y al girar la cabeza ve una barca de pesca con un cartel colgado, donde pone: "Se necesita ayudante".

Se levanta de un salto y empieza a correr hacia la barca. Al cabo de poco rato vuelve gritando y sin dejar de sonreír:

–¡Ya tengo trabajo! ¡Ya tengo trabajo! ¡Ya tengo trabajo!

La pequeña hada Celeste se alegra de que el chico haya conseguido hacer realidad su sueño. Ahora ella debe seguir con el suyo: convertirse en un hada de verdad para poder ayudar a la gente, y para ello tiene que seguir buscando su varita...

En el fondo de su corazón sabe que la magia también la está ayudando.

¿Tú también la quieres seguir buscando?
Imagínate algo que te gustaría hacer cuando seas mayor. Quizás ahora te parecerá muy difícil conseguirlo o alguien te dirá que es imposible o una locura. Si de verdad lo deseas confía en que poco a poco irás descubriendo qué pasos debes ir haciendo para llegar. Quizás a veces te costará y habrá cosas que no te saldrán como esperabas, pero si tienes confianza y sigues adelante al final lo conseguirás.

El niño decide hacer caso de Celeste y cuando oye su vocecita se anima a salir de la tierra de hielo. No sabe cómo hará el viaje, pero a medida que necesita cosas en el camino, éstas van apareciendo y lo acercan poco a poco al país del sol.

Muchas veces nos pasan cosas que nos parecen un problema, pero a menudo es precisamente este problema el que nos acerca más a lo que deseamos. Lo que parece un obstáculo se convierte en un paso adelante. Quizás al principio no lo podemos ver, pero después nos damos cuenta de que gracias al problema hemos hecho algo o hemos tomado una decisión que nos ha traído cosas buenas. Además, de todo lo que nos pasa siempre podemos aprender algo que nos puede servir en un momento u otro.

Cuando el chico por fin decide marcharse todos los problemas que encuentra se solucionan: el hielo se agrieta para que tenga una barquita, cuando se empieza a fundir encuentran los troncos del bosque y cuando cae al agua el salvan los delfines y lo llevan a la playa.

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