6. Un dibujo muy especial

Para entender el miedo y aprender a superarlo.

Hace un día precioso. Los árboles se están empezando a vestir con los colores del otoño y llenan el paisaje con todo tipo de amarillos, marrones y rojos. La pequeña hada Celeste vuela siguiendo el curso de un riachuelo que corre por en medio de un valle. Poco a poco el sol empieza a calentar y seca el rocío que cubre las flores y las hojas.

–Estoy empezando a tener calor –dice pasándose una mano por la frente–. Creo que iré a refrescarme y a beber un poco de agua.

Y cuando llega abajo se sienta en una piedra, estira los brazos y mete las manos en el agua.

De pronto se queda mirando unas hojas que bajan por el río dando vueltas, y de un salto se levanta y exclama:

–¡Ahora sí que voy a divertirme! ¡Qué idea acabo de tener!

Y dándose impulso con las alas da una voltereta y va a caer encima de una hoja que se desliza por el agua.

–¡Uauuu, qué divertido! –grita mientras su barquita la lleva río abajo.

Mientras el agua la arrastra, la pequeña hada descansa mirando el cielo y disfrutando del frescor de las gotitas que la salpican de vez en cuando.

Pero de pronto, la hoja choca contra una piedra y Celeste cae al río. Enseguida saca la cabeza, pero con las alas mojadas no puede volar, y el agua tiene tanta fuerza que no la deja acercarse a la orilla.

–¡Socorro! –grita– ¡Que alguien me ayude!

Pero no hay nadie, y al cabo de un rato Celeste deja de gritar y empieza a sentirse muy cansada.

–¿Cómo voy a salir de aquí? –piensa cerrando los ojos–. No sé cuánto rato podré aguantar...

Entonces siente que una mano la agarra, la saca del agua y la tumba en la hierba con mucho cuidado. Celeste abre los ojos y ve a un niño de piel oscura que lleva una pluma atada en la cabeza con una cinta. Pero los ojos se le vuelven a cerrar y se queda dormida de tan cansada que está.

Al cabo de un rato se despierta y, sin levantarse, ve al niño que la ha sacado del agua. Está sentado a la orilla del río, sacando punta a un palo con un cuchillo. La pequeña hada comprueba que sus alas están secas y se acerca al niño volando.

–Muchas gracias por ayudarme –le dice sentándose a su lado.

–¿Puedes volar? –le pregunta él con cara de sorpresa.

–Pues claro, soy un hada –le responde ella–. Bueno, eso es lo que me gustaría, pero he perdido mi varita y no puedo ir a la escuela. ¿La has visto por aquí?

–Pues no –le contesta él–, pero si quieres te hago una. Se me da muy bien hacer cosas con los palos.

–Gracias, pero creo que no serviría. Las varitas se hacen con una madera muy especial y tienen magia –le explica ella–. ¿Qué estás haciendo?

–Es una flecha para mi arco, que también lo he hecho yo –le dice el niño.

–Y ¿esto qué es? –le pregunta Celeste señalando una especie de bolsa larga y estrecha de piel.

–Es un carcaj, y sirve para guardar las flechas. También lo he hecho yo –le cuenta él.

–Ah –dice Celeste– pues aún te queda mucho trabajo si quieres llenarlo. ¿Sólo tienes una flecha?

Haciendo que sí con la cabeza, el niño le contesta:

–Es que hace días que no hay tormenta y el río no lleva muchos palos ni maderas, y además, a veces cuando los cojo del agua están podridos y se rompen.

–Y ¿por qué no vas a cogerlos al bosque? –le pregunta ella–. Seguro que allí encontrarías los que necesitas.

–¡Al bosque! –exclama el niño con cara de asustado–. ¡Uy, no! ¡El bosque es muy peligroso!

–¿Que el bosque es peligroso? –dice Celeste con cara extrañada–. ¿Por qué dices eso? Los bosques son preciosos, y allí sólo viven plantas y animalitos...

–¡Sí, eso mismo, animales grandes y malos que hacen daño a la gente que se les acerca! –le dice el niño con cara triste.

–¿Qué quieres decir? –pregunta ella–. ¡Si no hay ningún animal que sea malo! Sólo matan para comer o para defenderse.

Entonces el niño se queda callado mirando el bosque, y una lágrima le resbala por la mejilla.

–¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? –le pregunta Celeste preocupada.

–Hace dos lunas el brujo de la tribu se fue a buscar plantas para sus pociones y aún no ha vuelto. Lo fueron a buscar pero no lo encontraron. Y esa misma noche se oyeron unos ruidos muy raros, como si fueran gritos de una bestia enfadada. Desde entonces nadie ha vuelto a entrar ahí.

–Qué raro –le dice Celeste–. Yo conozco muchos bosques y nunca ha pasado nada así. Los bosques son parte de la naturaleza, y la naturaleza no es mala... Seguro que hay una explicación.

En ese momento Celeste oye a Luci:

–Él te ha ayudado a salir del río. Ayúdale a superar su miedo.

–¿Y cómo lo hago? –piensa.

–Acompáñale y dile que un hada es mágica y que no os puede pasar nada.

–Sí, pero no tengo mi varita –responde a la vocecita.

–No la necesitas. Pero así él se sentirá más seguro.

Así pues la pequeña hada le dice al niño decidida que lo acompañará y que no le pasará nada porque su magia les protegerá.

–¡Venga, sé más fuerte que tu miedo! –le dice viendo que no se decide–. A lo mejor ahí dentro encuentras los mejores palos para hacer flechas. ¡Si no vas tardarás mucho tiempo en llenar tu carcaj!

Y, poco a poco, el niño se levanta y empieza a caminar. Celeste se sienta en su hombro para que se sienta protegido.

Pero justo antes de entrar en el bosque el niño se da media vuelta y vuelve hacia atrás.

–¿Qué haces? –exclama Celeste–. Si no te atreves, nunca descubrirás qué hay ahí dentro. Quizás te perderás alguna cosa bonita. ¿Verdad que te gusta hacer flechas? ¡Pues venga, sé más fuerte que tu miedo, no dejes que te gane!

Al final el niño entra decidido en el bosque sin pensárselo.

–¿Qué es ese ruido? –grita de pronto asustado.

–Tranquilo, es un pájaro que avisa a los demás de que estamos aquí –le dice ella.

–¿Qué ha sido eso que se ha movido detrás de aquella planta? –vuelve a gritar al cabo de un momento.

–Pues un conejito que se ha asustado al vernos, como la mayoría de animales, que se asustan al ver a una persona...

–Aaaaah –dice el niño algo más tranquilo.

Cuando hace un rato que caminan, parece que el niño ya no tiene miedo, y va recogiendo palos del suelo mientras Celeste vuela detrás suyo, parando de vez en cuando a tomar un poco de néctar de alguna flor.

De pronto se oye un rugido muy fuerte y todos los pájaros dejan de cantar de golpe:

–Grrrrrr! Grrrrrr!

–Estate tranquilo y no te muevas –le dice Celeste al niño.

El pobre no podría moverse ni aunque quisiera. Está tan asustado que no puede ni hablar.

Delante suyo empiezan a moverse unos arbustos y de detrás de un árbol aparece un oso enorme. Celeste no sabe qué hacer, y entonces cierra los ojos y desea de todo corazón que la magia de los bosques les traiga ayuda de alguna parte. El oso está ahí delante, de pie y enseñándoles las garras, y el pobre niño en el suelo, sin atreverse casi ni a respirar.

De repente se oye un grito:

–¡Quieta!

Celeste y el niño giran la cabeza y ven a un hombre que se acerca al oso y empieza a acariciarlo.

–Tranquila, no quieren hacerte daño. Son amigos–oyen que el hombre le dice al oso.

Poco a poco el animal se va calmando, y después de oler la mano del hombre se da media vuelta y se va por donde había venido.

–Y ¿tú quién eres? –le pregunta Celeste al hombre–. ¿Cómo lo has hecho para que el oso se vaya?

–Es una osa. Cuando vine al bosque a buscar plantas la encontré en el suelo cerca de una cueva. Se encontraba muy mal, porque su bebé no podía salir de su barriga. Debía hacer mucho que estaba de parto y la pobre ya no tenía fuerzas, así que la ayudé y decidí quedarme unos días hasta que se encontrara mejor. Os debe haber oído y sólo quería proteger a su cachorro.

–¡Pues nos ha dado un buen susto! –le dice Celeste sonriendo–. Éste debe ser el brujo, ¿no? ¿Ves como no le había pasado nada? –dice Celeste mirando hacia el niño.

Y de golpe éste se levanta y empieza a gritar:

–Pero ¿por qué no volviste? ¡Todo el mundo estaba preocupado! ¡Te estuvieron buscando y no te encontraron!

–Mira –le responde el brujo– cuando vinieron a buscarme me encontré a tu padre, el jefe de la tribu, y estuve hablando con él. Le pedí por favor que no le dijera a nadie que me había visto, porque necesitaba descansar un tiempo, y si la gente sabía que estaba aquí vendrían a buscarme cada dos por tres para algo. Como en el poblado está mi ayudante, que ya ha aprendido a preparar pociones para curar a la gente, a él le pareció bien, y por lo que veo ha guardado muy bien  mi secreto. De todos modos, creo que ya he tenido tiempo suficiente para descansar y puedo volver con vosotros.

El niño empieza a recoger los palos que se le han caído con el susto, y cuando está a punto de coger el último ve un pajarito en el suelo con un ala rota.

–Pobrecito, debe haberse caído del nido –le dice el brujo cogiéndolo con cuidado–. Nos lo llevaremos a ver si podemos arreglarle el ala. ¿Querrás ayudarme?

El niño hace que sí con la cabeza, y entonces se da cuenta de que en el suelo ha quedado una pluma del pájaro.

–¿Me la puedo quedar? –le pregunta al brujo.

–¡Pues claro que sí! Seguro que el pajarito te la regala por haberlo encontrado. Si la llevas siempre encima te recordará que si te atreves a hacer una cosa puedes descubrir otras que si no te perderías.

Y, atándose la pluma a la cabeza con la cinta, el niño sale del bosque contento de haber entrado en él. Ha conseguido un montón de palos para sus flechas, ha encontrado al brujo y ahora podrá ayudar al pajarito curándole el ala.

Esa noche en el poblado, todos celebran la vuelta del brujo con una gran cena y una fiesta con música y danzas alrededor del fuego. Se han pintado la cara y el cuerpo con dibujos y rayas de colores. Pero hay alguien que lleva un dibujo muy especial... El brujo ha pintado una pequeña hada en la espalda de un niño, para que no deje nunca de creer en la magia que lo acompaña y que le da fuerzas para no volver a tener miedo.

A la mañana siguiente Celeste se despide de sus amigos para seguir con su viaje. La varita la espera en algún lugar y, como siempre, sin saberlo, poco a poco se va acercando...

¿Quieres seguir viajando?
Todo el mundo tiene miedo de algo, incluso los adultos. El miedo nace cuando vemos o imaginamos cosas que pensamos que nos pueden hacer daño o que nos traerán problemas. El miedo no es una emoción mala, y tenerlo no significa ser “pequeño” o un “gallina”. Nos ayuda a poder escapar ante un peligro y así no hacernos daño o morir. Pero a veces el miedo hace que dejemos de hacer cosas sólo porque no las hemos hecho nunca y no sabemos cómo nos saldrán.

Cuando tengas miedo de algo piensa: Este miedo, ¿sirve para protegerme y no hacerme daño o sólo lo tengo porque imagino cosas que quizás no existen? Si te das cuenta de que el peligro sólo te lo estás imaginando y no existe de verdad, intenta vencer tu miedo. Si no te atreves, nunca sabrás qué podrías haber conseguido. ¿No te ha sucedido nunca que te ha dado miedo subir a una atracción o en una bici más grande y luego te lo has pasado muy bien?


Si el niño no hubiera entrado en el bosque no habría encontrado tantos palos, todavía pensaría que los animales son malos, no habría encontrado al brujo y el pajarito no habría tenido la suerte de que alguien lo curara (¡y podría haber muerto!). Gracias a que él fue más fuerte que su miedo ganó todas estas cosas.

No hay animales malos, pero los animales salvajes pueden ser peligrosos si tienen hambre o se sienten amenazados. A veces, si una persona ha hecho daño a un animal, él cree que todas las personas son iguales y todas quieren hacerle daño, y entonces ataca para defenderse.

La osa sólo está protegiendo a su cachorro. Si en lugar de Celeste y su amigo se hubiera acercado cualquier animal habría hecho lo mismo: asustarlo para que se fuera.

2 comentaris:

  1. excelentes historias!!! muchas gracias x compartirlas :)

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