2. ¡Más deprisa, caracolito!

Para aprender a tener paciencia

Ha llovido toda la noche. La pequeña hada Celeste sale de la madriguera de la ardilla que ha compartido con ella su cama de hojas secas. De pronto, un golpecito en la cabeza hace que mire hacia arriba. La ardilla está en la rama más alta recogiendo bellotas para desayunar.

–¿Quieres una? –le pregunta señalando un montoncito que ha apilado sobre una hoja.

–No, muchas gracias –responde Celeste–. Tomaré un poco de néctar de aquellas flores tan bonitas.

Y, despidiéndose de ella con la mano, Celeste vuela hacia una planta de campanillas blancas.

Tras llenar su barriguita, Celeste se lava la cara con una gota de agua que cae de una hoja. Después se estira el vestido y se pasa la mano por el pelo para peinarse.

–¡Ya estoy lista! –exclama contenta–. ¡A ver si hoy tengo suerte y encuentro mi varita!

Y dando una voltereta salta al suelo, con tan mala suerte que tropieza y cae encima de una cosa pegajosa.

–Pero ¿qué es esto tan asqueroso? –dice limpiándose las manos y sacudiéndose el vestido.

–Escucha bonita –oye que alguien le dice–. Esto tan asqueroso son mis babas, que hacen que pueda deslizarme mejor por el suelo.

Y entonces Celeste lo ve. ¡Es un caracol!

–Perdona caracolito –le dice avergonzada–. No quería molestarte. ¿A dónde vas tan despacio?

–Voy hasta aquel campo de lechugas, a ver si desayuno un poco –contesta él.

–¡Pues si no te espabilas llegarás a la hora de cenar! –exclama Celeste divertida.

–Para mí, el desayuno es lo primero que como cuando me despierto, sea cual sea la hora y tanto si es de día como de noche –contesta el caracol.

–Yo estoy buscando mi varita –continúa Celeste–. ¿La has visto por aquí?

–Pues no, lo siento, pero si quieres, después de desayunar, te ayudo a buscarla –le dice el caracol.

La pequeña hada Celeste cree que está muy bien que el caracol quiera ayudarla, pero piensa:

–Si va tan despacio se hará de noche antes de que podamos empezar a buscarla.

Y con ganas de ayudar decide hacer algo para que el caracol vaya más deprisa.

–¡Venga, más rápido! –grita empujándolo por detrás con todas sus fuerzas.

Y de golpe, el pobre caracol pierde el equilibrio y cae de lado con el caparazón al revés...

–Mira, bonita, más vale que no me ayudes. Yo no tengo ninguna prisa, y además me gusta ir despacito sintiendo el frescor de la tierra mojada.

Pero Celeste se impacienta. Ella ha volado hasta el campo de lechugas cuatro veces y ha vuelto, y el caracol parece no haberse movido de sitio.

–¡Ya lo tengo! –exclama decidida–. ¡Si dejas aquí tu caparazón podrás ir más rápido, y después ya volveremos a buscarlo!

Y antes de que el caracol tenga tiempo de darse cuenta, Celeste le saca el caparazón y lo deja a un lado.

–¿Lo ves? ¡Ahora ya puedes correr! 

El pobre caracol se siente desnudo. Toda la vida ha llevado su caparazón, que lo protege y le sirve de casa. Ahora parece una babosa, y no es que no le gusten sus amigas babosas, pero él quiere ser un caracol.

–Por favor, pequeña hada, vuélvemelo a poner –le pide. 
–Tengo frío.

Celeste no lo entiende. Ella quiere ayudarle a ir más rápido, pero él no quiere. ¿Qué puede hacer? Y entonces, Luci, que hace rato que le está haciendo señales para que la escuche, le dice al oído:

–Déjalo que vaya a su ritmo. Si quieres ayudarle hazle el camino más divertido...

Y la pequeña hada Celeste oye la vocecita. Y de da cuenta de que tiene razón. Sigue sin saber de quién es esta voz, pero está aprendiendo a escucharla. Entonces decide contar cuentos al caracol y cantarle canciones para que el camino no sea tan largo y aburrido.

Por fin, cuando el sol empieza a esconderse tras las montañas, llegan al campo de lechugas y el caracol se mete entre las hojas para desayunar. La pequeña hada se da cuenta de que ya no les queda tiempo para buscar la varita, pero está contenta de haber pasado el día con su nuevo amigo.

–Ya la buscaré mañana –piensa–. En realidad tengo mucho tiempo antes de que empiece el próximo curso en la escuela de hadas.

Y, sin darse cuenta, ayudando al caracol, la pequeña hada Celeste ha dejado de pensar todo el día en su varita. Lo que no imagina es que ahora la tiene un poquito más cerca, pero esto tardará mucho, mucho tiempo en descubrirlo. Su viaje sólo acaba de empezar...

¿Tú también quieres viajar?...
Respeta el ritmo de los demás. Para hacer una misma cosa, hay personas que necesitan más tiempo que otras.

Celeste cree que el caracol va demasiado despacio, porque ella puede volar muy rápido. Pero el caracol no tiene prisa, porque toda su vida ha caminado a su ritmo y sabe que necesita más tiempo. Al final llega igualmente al campo de lechugas, que es donde quería ir, y disfruta de un buen "desayuno-cena".

Aprende a esperar cuando quieras hacer algo y no puedas hacerlo enseguida. Si te enfadas, te pones triste o nervioso o nerviosa, quizás no te salgan las cosas como tú querías.

Con las prisas para ayudar al caracol a ir más rápido, Celeste hace cosas que al pobre no le van demasiado bien. Ella quiere ir más deprisa, y no se da cuenta de que el caracol no puede correr más. Por suerte escucha a Luci y pasa un buen rato en lugar de estar nerviosa.

2 comentaris:

  1. Muchas gracias por divulgar estos recursos.

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    1. Gracias por tus palabras. Para mí es un placer poderlos compartir.

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